fsegovia@interactive.net.ec
La prensa nacional ha publicado noticias sobre una realidad incontrovertible: que los partidos políticos del Ecuador, desde el año 2000, han recibido más de veinte millones de dólares, y no han rendido cuentas de este millonario presupuesto financiado por el pueblo ecuatoriano.
Por Fausto Segovia Baus
El origen de estos recursos es doble: el Fondo Partidario Permanente y el Fondo de Reposición del Gasto Electoral. El primero se reparte cada año y el segundo cada dos cuando hay elecciones.
La Ley de Partidos vigente establece que corresponde al Tribunal Supremo Electoral el control del manejo de los fondos partidistas, pero el TSE -controlado por los propios partidos- no hace lo que debe hacer por mandato de la ley. Tampoco actúa la Contraloría General del Estado, que tiene la obligación de auditar a los organismos que reciben recursos del Estado. No sabemos las razones.
La conclusión es que los partidos políticos no rinden cuentas a nadie, y ninguna autoridad se preocupa de que la información detallada de sus gastos o inversiones conozca la opinión pública, como exigen la ley y la ética. Sus finanzas son un misterio, especialmente lo que tiene que ver con el presupuesto que el Estado destina para su funcionamiento. Esta carencia u omisión debe ser suplida con información oportuna y no bajo ninguna presión, porque es un deber de los partidos rendir cuentas cuando han recibido dineros ajenos: los del presupuesto del Estado, que se financia con recursos de la ciudadanía.
La poca o ninguna atención de los partidos a esta obligación imperativa de la ley, provoca un nuevo y lamentable episodio que afecta aún más la deteriorada imagen de la clase política ecuatoriana.
“Quien nada debe nada teme”, dice un adagio popular. Los partidos políticos que supuestamente manejan con transparencia los recursos del Estado, tienen que asumir sus responsabilidades, y cumplir con los mandatos legales. No hacerlo les quita autoridad legal y moral para exigir a otros el cumplimiento de las leyes, a través de normas que los bloques, representados por los partidos, tramitan en el Congreso. La quiebra de la institucionalidad comienza entonces por casa.
Recordemos finalmente que la institución de la rendición de cuentas es una garantía constitucional. A este paso, frente a la inopia de los partidos que se hacen de “vista gorda”, no existe otra alternativa que promover una Ley de Rendición de Cuentas, por iniciativa ciudadana, con la intervención de los medios de comunicación, y crear un sistema de veedurías sobre el presupuesto y la ejecución presupuestaria. Pero, si pasa por el Congreso, ya sabemos qué ocurriría… Tendríamos, por lo tanto, que elegir bien en las próximas elecciones.
8 de julio de 2007
Democracia liberal versus democracia ciudadana
fsegovia@interactive.net.ec
La ortodoxia considera que la democracia es el conjunto de procedimientos para elegir gobernantes. Esta teoría elitista de la política es cuestionada por la teoría participativa que, sin salirse del enfoque institucional, intenta recuperar la acción política para los ciudadanos, pero dentro del ámbito del Estado y sus instituciones.
Por Fausto Segovia Baus
Un modelo distinto de concebir la política y hacer política se orienta a desestatizar la política, en el sentido que los asuntos públicos, en esencia, conciernen no solo exclusiva y excluyentemente al Estado, como plantea la teoría tradicional, sino a la sociedad civil.
Dos corrientes
En general se visualiza dos grandes corrientes: las democracias liberables que padecen una grave crisis de representatividad, y la sociedad civil, que busca denodadamente espacios que intentan resolver el dilema de los que creen -y hay muchas razones para ello- que la política equivale a corrupción, es decir, a una perversión de lo político.
Si la política es “materialmente de nadie y potencialmente de todos”, está en los sujetos concretos y no en algunas instituciones -virtualmente desacreditadas- la construcción de una democracia posible. ¿Qué hacer entonces para lograr que ese “privatismo apolítico”, esto es, aquel en el que el individuo se refugia en lo privado, sin ningún contacto con lo social ni con lo político, tenga una salida hacia una participación real en las cuestiones que interesan a todos?
La respuesta no es fácil, porque este tipo de individuo -ensimismado y sin proyección histórico-social- está, en cierto modo, favorecido por el sistema que sacraliza el voto (El voto es igual a democracia, lo cual es un sofisma, porque el sufragio no pasa de ser para muchos un mero ejercicio formal de elección a cambio de un certificado). Otra razón es que los llamados políticos profesionales nos tratan en época de elecciones como infantes o clientes, donde las demandas de los ciudadanos no aparecen.
La alternativa
La alternativa, a contrapelo de las tendencias privatistas, es proponer la solidaridad como esencia de la democracia, sobre la base de animar la participación efectiva; no la manifestación ni el griterío, sino la generación de propuestas y acciones que ayuden a creer y crear oportunidades para construir un mejor Ecuador.
Pero la solidaridad no basta, según Jesús Martín Barbero: “Tenemos una cultura política trasplantada que se condensó en instituciones formales necesarísimas, pero profundamente ajenas, distanciadas de los modos de ver, de sentir, de decir, de estos países”. Así, los partidos tradicionales no sintonizaron con la cultura política del pueblo y se produjo una especie de simulación, que dio origen a los populismos puramente gestuales, sin contenidos y definitivamente antidemocráticos y antisociales.
El resultado no pudo ser más cruel: la democracia se volvió insignificante, en términos de participación de los bienes sociales. Y el populismo -que sigue vivo- tuvo la ventaja de “conectarse” con la cultura política del pueblo, mientras en la otra orilla, la hegemonía del discurso ortodoxo e intelectual, convirtió a los ciudadanos en audiencias y públicos. En ambos casos la participación ciudadana quedó en el limbo, pero al menos la Carta Magna lo regula.
El despertar de la sociedad civil
La expresión sociedad civil tiene diversas connotaciones. En lo conceptual es un grupo humano constituido por ciudadanos y ciudadanas, libres e iguales, que participan, asumiendo derechos y obligaciones, en la construcción del bien común. A diferencia de la sociedad armada, la sociedad civil es deliberante y actúa dentro de los espacios regulados por las leyes, en ámbitos del desarrollo humano y social.
La participación ciudadana es entonces una respuesta creativa frente al desgaste de los mecanismos de representación formal, porque intenta una acción directa de representación política sobre la base del reconocimiento de las diversidades políticas y culturales.
Los objetivos serían: lograr ese reconocimiento y buscar nuevas mediaciones y sensibilidades que ayuden a convocar y a aprender; a buscar soluciones antes que a recurrir a la queja, el lamento o la culpabilización; a integrar a todos, sin excluir a nadie, en la búsqueda de cumplir y hacer cumplir los deberes y responsabilidades ciudadanas, antes que el ejercicio de derechos.
Algunas preguntas
Los pueblos tienen los políticos que se merecen. ¿Los pueblos tienen los políticos que se merecen? ¿Qué tanto nos representan? ¿Nos sentimos reflejados en ellos? ¿Sentimos que ellos nos van a permitir prosperar y vivir seguros? ¿Los sentimos personajes dignos o meros oportunistas en busca de poder?
La democracia es, también, un proceso de aprendizaje, un ajuste tenso entre las necesidades sociales y los intereses partidistas. ¿Qué nos toca hacer? Presionar todo el tiempo, exigir transparencia y equilibrio de poderes, imponer procesos de rendición de cuentas. Nos toca, en pocas palabras, ciudadanizar el poder, concluye Fernando García Ramírez.
La ortodoxia considera que la democracia es el conjunto de procedimientos para elegir gobernantes. Esta teoría elitista de la política es cuestionada por la teoría participativa que, sin salirse del enfoque institucional, intenta recuperar la acción política para los ciudadanos, pero dentro del ámbito del Estado y sus instituciones.
Por Fausto Segovia Baus
Un modelo distinto de concebir la política y hacer política se orienta a desestatizar la política, en el sentido que los asuntos públicos, en esencia, conciernen no solo exclusiva y excluyentemente al Estado, como plantea la teoría tradicional, sino a la sociedad civil.
Dos corrientes
En general se visualiza dos grandes corrientes: las democracias liberables que padecen una grave crisis de representatividad, y la sociedad civil, que busca denodadamente espacios que intentan resolver el dilema de los que creen -y hay muchas razones para ello- que la política equivale a corrupción, es decir, a una perversión de lo político.
Si la política es “materialmente de nadie y potencialmente de todos”, está en los sujetos concretos y no en algunas instituciones -virtualmente desacreditadas- la construcción de una democracia posible. ¿Qué hacer entonces para lograr que ese “privatismo apolítico”, esto es, aquel en el que el individuo se refugia en lo privado, sin ningún contacto con lo social ni con lo político, tenga una salida hacia una participación real en las cuestiones que interesan a todos?
La respuesta no es fácil, porque este tipo de individuo -ensimismado y sin proyección histórico-social- está, en cierto modo, favorecido por el sistema que sacraliza el voto (El voto es igual a democracia, lo cual es un sofisma, porque el sufragio no pasa de ser para muchos un mero ejercicio formal de elección a cambio de un certificado). Otra razón es que los llamados políticos profesionales nos tratan en época de elecciones como infantes o clientes, donde las demandas de los ciudadanos no aparecen.
La alternativa
La alternativa, a contrapelo de las tendencias privatistas, es proponer la solidaridad como esencia de la democracia, sobre la base de animar la participación efectiva; no la manifestación ni el griterío, sino la generación de propuestas y acciones que ayuden a creer y crear oportunidades para construir un mejor Ecuador.
Pero la solidaridad no basta, según Jesús Martín Barbero: “Tenemos una cultura política trasplantada que se condensó en instituciones formales necesarísimas, pero profundamente ajenas, distanciadas de los modos de ver, de sentir, de decir, de estos países”. Así, los partidos tradicionales no sintonizaron con la cultura política del pueblo y se produjo una especie de simulación, que dio origen a los populismos puramente gestuales, sin contenidos y definitivamente antidemocráticos y antisociales.
El resultado no pudo ser más cruel: la democracia se volvió insignificante, en términos de participación de los bienes sociales. Y el populismo -que sigue vivo- tuvo la ventaja de “conectarse” con la cultura política del pueblo, mientras en la otra orilla, la hegemonía del discurso ortodoxo e intelectual, convirtió a los ciudadanos en audiencias y públicos. En ambos casos la participación ciudadana quedó en el limbo, pero al menos la Carta Magna lo regula.
El despertar de la sociedad civil
La expresión sociedad civil tiene diversas connotaciones. En lo conceptual es un grupo humano constituido por ciudadanos y ciudadanas, libres e iguales, que participan, asumiendo derechos y obligaciones, en la construcción del bien común. A diferencia de la sociedad armada, la sociedad civil es deliberante y actúa dentro de los espacios regulados por las leyes, en ámbitos del desarrollo humano y social.
La participación ciudadana es entonces una respuesta creativa frente al desgaste de los mecanismos de representación formal, porque intenta una acción directa de representación política sobre la base del reconocimiento de las diversidades políticas y culturales.
Los objetivos serían: lograr ese reconocimiento y buscar nuevas mediaciones y sensibilidades que ayuden a convocar y a aprender; a buscar soluciones antes que a recurrir a la queja, el lamento o la culpabilización; a integrar a todos, sin excluir a nadie, en la búsqueda de cumplir y hacer cumplir los deberes y responsabilidades ciudadanas, antes que el ejercicio de derechos.
Algunas preguntas
Los pueblos tienen los políticos que se merecen. ¿Los pueblos tienen los políticos que se merecen? ¿Qué tanto nos representan? ¿Nos sentimos reflejados en ellos? ¿Sentimos que ellos nos van a permitir prosperar y vivir seguros? ¿Los sentimos personajes dignos o meros oportunistas en busca de poder?
La democracia es, también, un proceso de aprendizaje, un ajuste tenso entre las necesidades sociales y los intereses partidistas. ¿Qué nos toca hacer? Presionar todo el tiempo, exigir transparencia y equilibrio de poderes, imponer procesos de rendición de cuentas. Nos toca, en pocas palabras, ciudadanizar el poder, concluye Fernando García Ramírez.
La tercera vía
fsegovia@interactive.net.ec
Una reflexión crítica sobre la realidad de hoy y las perspectivas de cambio, sobre la base de una alternativa posible, si hay voluntad política.
…
Por Fausto Segovia Baus
Mayer Anshel Rothschild hace más de un siglo dijo: “Déjenme emitir y controlar el dinero de la nación y no me importa quien escriba las leyes”. Estas palabras resuenan en el mundo globalizado de hoy, donde una elite financiera con el poder para mover billones de dólares, controla el dinero y las finanzas de la mayoría de los Estados del planeta, a partir de la crisis monetaria que derrumbó el sistema de tasas de cambio fijas, hace un cuarto de siglo, aproximadamente.
Las desigualdades existentes en el mundo y la dependencia al capital financiero internacional, cuyo telón de fondo es la impagable deuda externa, ha llevado a muchos académicos, políticos y economistas a promover soluciones cortoplacistas y emergentes, en la línea tradicional: ajustes macro económicos, privatizaciones, estímulos a la inversión extranjera, mercado bursátil tipo Wall Street y numerosas exenciones impositivas.
Concentración de poder
Norman G. Kurland y Michael D. Greaney, del Centro para la Justicia Económica y Social, de Washington DC, plantean una tercera vía, porque “tanto el socialismo como el capitalismo concentran poder en los niveles superiores. No es una diferencia importante –dicen- que en el capitalismo la concentración se da en manos privadas y en el socialismo, en el Estado. Las mezclas de los dos sistemas, que en los Estados Unidos llaman “economía mixta” o los modelos escandinavo o japonés, se diferencian únicamente en el grado de su injusticia social, ineficiencia económica, inseguridad humana y alienación...”
La tercera vía consistiría en crear una economía de mercado más justa, según los autores mencionados. El eje de este modelo sería una amplia distribución de la propiedad, que generaría, a su vez, una democracia política real, como expresara Lord Alton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe siempre”. La opción aparece entonces clara: “Nuestra protección contra la corruptibilidad de la concentración del poder es la descentralización del poder, mediante la democratización de la propiedad que equivale, en esencia, a la democratización del poder”.
Nueva riqueza
La tercera vía intenta superar la posición fundamentalista de la derecha que confía ciegamente en la competencia de los mercados libres, que traerá prosperidad y justicia, y la posición de la izquierda académica que, ubicada en la otra orilla, propone combatir las leyes de la oferta y demanda con un Estado-bienestar gigante e impuestos confiscatorios que aseguran migajas para los pobres.
“El énfasis de la tercera vía radica no en la redistribución de los ingresos –que ha sido una política siempre fallida por engañosa y perversa-, sino en otorgar a los ciudadanos y ciudadanas medios sociales y económicos, así como un sistema jurídico que los estimulen para crear su propia y nueva riqueza, y para compartir beneficios con amplitud, solidaridad y equidad”. En suma, se trata de preparar un recurso humano sensible y capaz para producir riqueza, tener acceso a una propiedad efectiva de bienes y servicios, y no depender de un Estado benefactor que ofrece sueldos de hambre, caridad o bonos de pobreza.
Una reflexión crítica sobre la realidad de hoy y las perspectivas de cambio, sobre la base de una alternativa posible, si hay voluntad política.
…
Por Fausto Segovia Baus
Mayer Anshel Rothschild hace más de un siglo dijo: “Déjenme emitir y controlar el dinero de la nación y no me importa quien escriba las leyes”. Estas palabras resuenan en el mundo globalizado de hoy, donde una elite financiera con el poder para mover billones de dólares, controla el dinero y las finanzas de la mayoría de los Estados del planeta, a partir de la crisis monetaria que derrumbó el sistema de tasas de cambio fijas, hace un cuarto de siglo, aproximadamente.
Las desigualdades existentes en el mundo y la dependencia al capital financiero internacional, cuyo telón de fondo es la impagable deuda externa, ha llevado a muchos académicos, políticos y economistas a promover soluciones cortoplacistas y emergentes, en la línea tradicional: ajustes macro económicos, privatizaciones, estímulos a la inversión extranjera, mercado bursátil tipo Wall Street y numerosas exenciones impositivas.
Concentración de poder
Norman G. Kurland y Michael D. Greaney, del Centro para la Justicia Económica y Social, de Washington DC, plantean una tercera vía, porque “tanto el socialismo como el capitalismo concentran poder en los niveles superiores. No es una diferencia importante –dicen- que en el capitalismo la concentración se da en manos privadas y en el socialismo, en el Estado. Las mezclas de los dos sistemas, que en los Estados Unidos llaman “economía mixta” o los modelos escandinavo o japonés, se diferencian únicamente en el grado de su injusticia social, ineficiencia económica, inseguridad humana y alienación...”
La tercera vía consistiría en crear una economía de mercado más justa, según los autores mencionados. El eje de este modelo sería una amplia distribución de la propiedad, que generaría, a su vez, una democracia política real, como expresara Lord Alton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe siempre”. La opción aparece entonces clara: “Nuestra protección contra la corruptibilidad de la concentración del poder es la descentralización del poder, mediante la democratización de la propiedad que equivale, en esencia, a la democratización del poder”.
Nueva riqueza
La tercera vía intenta superar la posición fundamentalista de la derecha que confía ciegamente en la competencia de los mercados libres, que traerá prosperidad y justicia, y la posición de la izquierda académica que, ubicada en la otra orilla, propone combatir las leyes de la oferta y demanda con un Estado-bienestar gigante e impuestos confiscatorios que aseguran migajas para los pobres.
“El énfasis de la tercera vía radica no en la redistribución de los ingresos –que ha sido una política siempre fallida por engañosa y perversa-, sino en otorgar a los ciudadanos y ciudadanas medios sociales y económicos, así como un sistema jurídico que los estimulen para crear su propia y nueva riqueza, y para compartir beneficios con amplitud, solidaridad y equidad”. En suma, se trata de preparar un recurso humano sensible y capaz para producir riqueza, tener acceso a una propiedad efectiva de bienes y servicios, y no depender de un Estado benefactor que ofrece sueldos de hambre, caridad o bonos de pobreza.
La ciudadanización de la polìtica
fsegovia@interactive.net.ec
No es posible concebir una democracia sin ciudadanía; tampoco una ciudadanía sin verdaderos partidos políticos. Estas premisas son importantes antes de abordar este tema.
…
Por Fausto Segovia Baus
Para todos es conocido que los partidos políticos del Ecuador hoy en día afrontan una crisis generalizada, que es el caldo de cultivo de otros problemas como la falta de representación, legitimidad y gobernabilidad. La clave está en la democratización de los partidos. ¿Cómo?
Se ha dicho que la democracia no es un modelo perfecto, sino perfectible, en la medida que puede ser mejorado con la participación de los ciudadanos, a través de instituciones sólidas que garanticen el estado de derecho y el bien común, como expresiones generales de un modelo de convivencia social. Sin embargo, en la práctica se nota una anomia o pasividad de la mayoría, que es espectadora ante los problemas y decisiones que los gobiernos deben tomar.
Acercar el Estado a los ciudadanos
Uno de los mecanismos para fortalecer las instituciones democráticas es la reforma de los partidos políticos. El objetivo central de esta reforma es superar la crisis de representación que los afecta, a través de nuevos mecanismos de participación ciudadana. En otras palabras, es urgente un acercamiento del Estado a los ciudadanos, mediante estructuras partidistas no clientelares.
El verdadero cambio hacia la “ciudadanización” de la política se está en la devolución del Estado a los ciudadanos. Hoy la política está “secuestrada” por partidos que no los representan. Un cambio es urgente y necesario.
Estrategias
En esa línea propongo las siguientes estrategias: capacitación política constante de afiliados y simpatizantes, a través de escuelas de gobierno; democratización de los partidos políticos mediante elecciones internas, universales, directas y secretas para elegir candidatos o candidatas; crear mecanismos permanentes de organización y motivación de líderes, en congresos, foros, encuentros y talleres; construir una agenda pública con participación ciudadana, que podría cubrir los siguientes aspectos: en lo político (corrupción, reestructura de los partidos); en lo económico (la reactivación económica, la deuda externa); en lo social: la exclusión de todo tipo y la pobreza, el desempleo y la violencia; diseñar un sistema de rendición de cuentas para todos los poderes del Estado, con intervención ciudadana; recuperar el Estado para los ciudadanos, con un programa de educación ciudadana, que cubra los derechos y las responsabilidades; y combate a la corrupción en todos los ámbitos; y, fortalecer organizaciones de la sociedad civil, que eliminen progresivamente a las oligarquías partidarias, al viejo caudillismo y el estilo patrimonialista.
No es posible concebir una democracia sin ciudadanía; tampoco una ciudadanía sin verdaderos partidos políticos. Estas premisas son importantes antes de abordar este tema.
…
Por Fausto Segovia Baus
Para todos es conocido que los partidos políticos del Ecuador hoy en día afrontan una crisis generalizada, que es el caldo de cultivo de otros problemas como la falta de representación, legitimidad y gobernabilidad. La clave está en la democratización de los partidos. ¿Cómo?
Se ha dicho que la democracia no es un modelo perfecto, sino perfectible, en la medida que puede ser mejorado con la participación de los ciudadanos, a través de instituciones sólidas que garanticen el estado de derecho y el bien común, como expresiones generales de un modelo de convivencia social. Sin embargo, en la práctica se nota una anomia o pasividad de la mayoría, que es espectadora ante los problemas y decisiones que los gobiernos deben tomar.
Acercar el Estado a los ciudadanos
Uno de los mecanismos para fortalecer las instituciones democráticas es la reforma de los partidos políticos. El objetivo central de esta reforma es superar la crisis de representación que los afecta, a través de nuevos mecanismos de participación ciudadana. En otras palabras, es urgente un acercamiento del Estado a los ciudadanos, mediante estructuras partidistas no clientelares.
El verdadero cambio hacia la “ciudadanización” de la política se está en la devolución del Estado a los ciudadanos. Hoy la política está “secuestrada” por partidos que no los representan. Un cambio es urgente y necesario.
Estrategias
En esa línea propongo las siguientes estrategias: capacitación política constante de afiliados y simpatizantes, a través de escuelas de gobierno; democratización de los partidos políticos mediante elecciones internas, universales, directas y secretas para elegir candidatos o candidatas; crear mecanismos permanentes de organización y motivación de líderes, en congresos, foros, encuentros y talleres; construir una agenda pública con participación ciudadana, que podría cubrir los siguientes aspectos: en lo político (corrupción, reestructura de los partidos); en lo económico (la reactivación económica, la deuda externa); en lo social: la exclusión de todo tipo y la pobreza, el desempleo y la violencia; diseñar un sistema de rendición de cuentas para todos los poderes del Estado, con intervención ciudadana; recuperar el Estado para los ciudadanos, con un programa de educación ciudadana, que cubra los derechos y las responsabilidades; y combate a la corrupción en todos los ámbitos; y, fortalecer organizaciones de la sociedad civil, que eliminen progresivamente a las oligarquías partidarias, al viejo caudillismo y el estilo patrimonialista.
Derechos de propiedad de los pobres
fasegovia@interactive.net.ec
“La ONU ha descubierto los derechos de propiedad de los pobres” es el titular de los diarios en la prensa internacional.
Por Fausto Segovia Baus
Sí, parece increíble, pero, al parecer “un aspecto único e ignorado de los derechos es el vínculo inexorable en la pobreza dominante –en cerca del 60% de la humanidad- y la ausencia de protecciones jurídicas para los pobres”.
La idea básica
Las investigaciones del economista Hernando de Soto, de nacionalidad peruana, –conocido por su obra “El otro sendero”, 1986- apuntan en esa dirección. La idea básica es lograr el “empoderamiento de los pobres”, que consiste en formular políticas en todo el mundo orientadas a crear un sistema de propiedad legal, “que determinará que los empresarios individuales y las economías nacionales tengan oportunidades”, en los países en vías de desarrollo.
De Soto, en la mencionada obra, probó que un sector importante de la economía en los países del Tercer Mundo es informal, y que no por ser informal el movimiento de los recursos se lo puede desestimar; al contrario, según el investigador las economías informales “mueven” valores y transacciones por el setenta por ciento de la población.
Las economías informales
El contexto de esta propuesta, como todos sabemos, es el drama de millones de personas integradas a economías informales, subterráneas, sin relación de dependencia –algunos la llaman “ilegales”- pero que representan, en la práctica, millones de dólares en giro, y que en su conjunto, pesan sobre las economías nacionales. En la práctica el proyecto ideado por Hernando de Soto significó la legalización en Perú de 300 empresas, que antes operaban en la informalidad (léase, clandestinidad), es decir, “fuera de los libros” de contabilidad.
Los resultados han sido sorprendentes en Perú. Los dirigentes políticos se dieron cuenta que estas reformas movilizaron a medio millón de trabajadores, al pasar de la economía subterránea a la economía legal. Se generó más empleo, más oportunidades de producción, y más ingresos tanto para los trabajadores como para el Estado, por más de 300 millones de dólares anuales.
Con estos resultados en tierras peruanas De Soto fue contratado por Egipto, para que dirigiera los derechos de propiedad del programa de reforma económica. Y siguieron otros países: Honduras, Tanzania, Haití y otros.
No al clientelismo
Y ahora se preocupa la ONU de este modelo, que ha creado una Comisión de Alto Nivel que preside Hernando de Soto y Madeleine Albrigth, ex secretaria de Estado, con un objetivo concreto: establecer el vínculo inexorable entre la pobreza dominante y la ausencia de protecciones jurídicas para los pobres.
El Ecuador podría beneficiarse con este sistema probado en otros países y refrendado por las Naciones Unidas. Porque la pobreza no puede solucionarse con clientelismo, tampoco por decreto, sino con la participación activa y directa de los propios actores. Porque los pobres tienen derechos sobre la propiedad, en el contexto de una verdadera reforma económica.
“La ONU ha descubierto los derechos de propiedad de los pobres” es el titular de los diarios en la prensa internacional.
Por Fausto Segovia Baus
Sí, parece increíble, pero, al parecer “un aspecto único e ignorado de los derechos es el vínculo inexorable en la pobreza dominante –en cerca del 60% de la humanidad- y la ausencia de protecciones jurídicas para los pobres”.
La idea básica
Las investigaciones del economista Hernando de Soto, de nacionalidad peruana, –conocido por su obra “El otro sendero”, 1986- apuntan en esa dirección. La idea básica es lograr el “empoderamiento de los pobres”, que consiste en formular políticas en todo el mundo orientadas a crear un sistema de propiedad legal, “que determinará que los empresarios individuales y las economías nacionales tengan oportunidades”, en los países en vías de desarrollo.
De Soto, en la mencionada obra, probó que un sector importante de la economía en los países del Tercer Mundo es informal, y que no por ser informal el movimiento de los recursos se lo puede desestimar; al contrario, según el investigador las economías informales “mueven” valores y transacciones por el setenta por ciento de la población.
Las economías informales
El contexto de esta propuesta, como todos sabemos, es el drama de millones de personas integradas a economías informales, subterráneas, sin relación de dependencia –algunos la llaman “ilegales”- pero que representan, en la práctica, millones de dólares en giro, y que en su conjunto, pesan sobre las economías nacionales. En la práctica el proyecto ideado por Hernando de Soto significó la legalización en Perú de 300 empresas, que antes operaban en la informalidad (léase, clandestinidad), es decir, “fuera de los libros” de contabilidad.
Los resultados han sido sorprendentes en Perú. Los dirigentes políticos se dieron cuenta que estas reformas movilizaron a medio millón de trabajadores, al pasar de la economía subterránea a la economía legal. Se generó más empleo, más oportunidades de producción, y más ingresos tanto para los trabajadores como para el Estado, por más de 300 millones de dólares anuales.
Con estos resultados en tierras peruanas De Soto fue contratado por Egipto, para que dirigiera los derechos de propiedad del programa de reforma económica. Y siguieron otros países: Honduras, Tanzania, Haití y otros.
No al clientelismo
Y ahora se preocupa la ONU de este modelo, que ha creado una Comisión de Alto Nivel que preside Hernando de Soto y Madeleine Albrigth, ex secretaria de Estado, con un objetivo concreto: establecer el vínculo inexorable entre la pobreza dominante y la ausencia de protecciones jurídicas para los pobres.
El Ecuador podría beneficiarse con este sistema probado en otros países y refrendado por las Naciones Unidas. Porque la pobreza no puede solucionarse con clientelismo, tampoco por decreto, sino con la participación activa y directa de los propios actores. Porque los pobres tienen derechos sobre la propiedad, en el contexto de una verdadera reforma económica.
El civismo visto por los jóvenes
fsegovia@interactive.net.ec
Un tema de interés académico, pedagógico y político es el del civismo, que para muchos constituye una entelequia difícil de procesar y entender, en un país como el Ecuador que afronta, a comienzos del tercer milenio, una serie de problemas de identidad, absorbido como está en un lento y progresivo proceso de fragmentación.
…..
Por Fausto Segovia Baus
¿Qué está pasando con los conceptos y praxis de Patria y los valores ético-cívicos, que supuestamente deben presidir los imaginarios colectivos?
La “marca” Ecuador
Hace poco surgió una idea interesante, salida de un grupo de jóvenes promotores, quienes, afirmados en la lógica del mercado, propusieron crear y desarrollar, en el ámbito nacional e internacional, la “marca” Ecuador, como estrategia de comunicación que valoriza las bellezas naturales, de cara a un proyecto que aspira a convertir a nuestro país en un destino turístico. Esta idea se compagina, de algún modo, con otra, nacida del sector privado que, con el lema “Dile sí a lo nuestro”, incentivó en la población el consumo de bienes nacionales.
Pero la pregunta de fondo subsiste: ¿El civismo entendido como pertenencia e identidad con el país, su cultura, sus instituciones y los intereses patrióticos subyacentes, depende de una estrategia de persuasión, asociada a una campaña sostenida en los medios? ¿O hay necesidad de algo más profundo como la apropiación de imaginarios nacidos de esa impronta o matriz cultural, definitivamente simbólica, que se internaliza en la historia y la etnicidad, asociados a la familia y a la escuela, y por supuesto, a las construcciones discursivas de nuestros líderes?
Vacío de civismo
El tema es complejo. Según el ecuatoriano Javier Andrade, artista de profesión, radicado en Alemania, “en el país se vació el sentido de civismo”. “Para el caso de nuestras sociedades –dice- la memoria es un factor de resistencia y de reencuentro”, pero “la globalización, tal como está planteada, por ser absorbente, aglutinadora e imperativa, descalifica toda manifestación de diversidad”.
En nuestro concepto las nuevas sensibilidades están en juego; unas provienen de agentes externos, por la vía de las tecnologías y los medios audiovisuales; otras por los problemas que reproducen y amplifican la escuela y esos medios: la crisis económica, política y social, que delata el desgaste de los líderes y condicionan el desencanto producido por las preocupaciones diarias de supervivencia.
Así, la Patria tiene para los ciudadanos y ciudadanas diferentes íconos y matices: se halla fragmentada y regionalizada, en casos difusos o particularizados, y en ocasiones cruzada por los rituales. Para algunos emigrantes, por ejemplo, la patria puede ser la música de Julio Jaramillo o la Virgen del Quinche; la foto de un paisaje o un billete de cien sucres. En tanto, el himno, la bandera y el escudo no siempre emocionan, salvo en las manifestaciones deportivas.
De los medios a las mediaciones
El civismo, ¿qué es entonces para los niños y jóvenes que buscan referentes para construir valores propios, sin dejar de percibir valores universales? ¿Es posible recobrar el verdadero sentido del civismo, es decir, el celo por los derechos y los deberes de los ciudadanos, el respeto a las instituciones y el apego a los intereses superiores de la Patria? ¿Qué hace la educación al respecto?
Es urgente, según Joaquín Barbero, pasar de los medios a las mediaciones. A nuevas intermediaciones articuladas por el discurso o por las imágenes, pero asignados a construir significados, pertenencias y valores.
Un tema de interés académico, pedagógico y político es el del civismo, que para muchos constituye una entelequia difícil de procesar y entender, en un país como el Ecuador que afronta, a comienzos del tercer milenio, una serie de problemas de identidad, absorbido como está en un lento y progresivo proceso de fragmentación.
…..
Por Fausto Segovia Baus
¿Qué está pasando con los conceptos y praxis de Patria y los valores ético-cívicos, que supuestamente deben presidir los imaginarios colectivos?
La “marca” Ecuador
Hace poco surgió una idea interesante, salida de un grupo de jóvenes promotores, quienes, afirmados en la lógica del mercado, propusieron crear y desarrollar, en el ámbito nacional e internacional, la “marca” Ecuador, como estrategia de comunicación que valoriza las bellezas naturales, de cara a un proyecto que aspira a convertir a nuestro país en un destino turístico. Esta idea se compagina, de algún modo, con otra, nacida del sector privado que, con el lema “Dile sí a lo nuestro”, incentivó en la población el consumo de bienes nacionales.
Pero la pregunta de fondo subsiste: ¿El civismo entendido como pertenencia e identidad con el país, su cultura, sus instituciones y los intereses patrióticos subyacentes, depende de una estrategia de persuasión, asociada a una campaña sostenida en los medios? ¿O hay necesidad de algo más profundo como la apropiación de imaginarios nacidos de esa impronta o matriz cultural, definitivamente simbólica, que se internaliza en la historia y la etnicidad, asociados a la familia y a la escuela, y por supuesto, a las construcciones discursivas de nuestros líderes?
Vacío de civismo
El tema es complejo. Según el ecuatoriano Javier Andrade, artista de profesión, radicado en Alemania, “en el país se vació el sentido de civismo”. “Para el caso de nuestras sociedades –dice- la memoria es un factor de resistencia y de reencuentro”, pero “la globalización, tal como está planteada, por ser absorbente, aglutinadora e imperativa, descalifica toda manifestación de diversidad”.
En nuestro concepto las nuevas sensibilidades están en juego; unas provienen de agentes externos, por la vía de las tecnologías y los medios audiovisuales; otras por los problemas que reproducen y amplifican la escuela y esos medios: la crisis económica, política y social, que delata el desgaste de los líderes y condicionan el desencanto producido por las preocupaciones diarias de supervivencia.
Así, la Patria tiene para los ciudadanos y ciudadanas diferentes íconos y matices: se halla fragmentada y regionalizada, en casos difusos o particularizados, y en ocasiones cruzada por los rituales. Para algunos emigrantes, por ejemplo, la patria puede ser la música de Julio Jaramillo o la Virgen del Quinche; la foto de un paisaje o un billete de cien sucres. En tanto, el himno, la bandera y el escudo no siempre emocionan, salvo en las manifestaciones deportivas.
De los medios a las mediaciones
El civismo, ¿qué es entonces para los niños y jóvenes que buscan referentes para construir valores propios, sin dejar de percibir valores universales? ¿Es posible recobrar el verdadero sentido del civismo, es decir, el celo por los derechos y los deberes de los ciudadanos, el respeto a las instituciones y el apego a los intereses superiores de la Patria? ¿Qué hace la educación al respecto?
Es urgente, según Joaquín Barbero, pasar de los medios a las mediaciones. A nuevas intermediaciones articuladas por el discurso o por las imágenes, pero asignados a construir significados, pertenencias y valores.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)