9 de julio de 2007

El "sexo débil" es fuerte

fsegovia@interactive.net.ec

La ciudadanía es un concepto y una praxis que alude a la persona humana como totalidad. El género no cuenta, porque hombres y mujeres, desde el punto de vista ontológico, somos iguales en dignidad, derechos y obligaciones correlativas. Es necesario insistir en la integración de la mujer, sobre la base de equidad de género, para construir ciudadanía plena.
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Por Fausto Segovia Baus

La discriminación de las mujeres ha sido un problema recurrente en la humanidad. El hombre –el varón- en mucho tiempo fue considerado como un ser superior, dotado de fuerza y talento, mientras la mujer –la hembra- se le confinó a la casa, a los quehaceres domésticos y al cuidado de los hijos.

Esta etapa ha sido ventajosamente superada, no cómo dádiva a las mujeres sino como derecho propio, que va, ciertamente, más allá de una disposición constitucional o legal. La verdadera ciudadanía, es decir, la que parte del respeto irrestricto de los derechos humanos, no puede concebirse sin un tratamiento igualitario de hombres y mujeres. En efecto, la igualdad ante la ley, que es una garantía constitucional, se perfecciona en la medida que en las prácticas sociales, económicas, políticas y culturas se manifiesten en actitudes, valores y comportamientos verificables.

Pero mucho camino existe por recorrer. En algunos ámbitos del quehacer colectivo, las mujeres son discriminadas. Y se da, lamentablemente, el caso que en los propios hogares, las mujeres viven en situación de desventaja psicológica, moral y económica, e inclusive maltratos de diferente tipo que inciden en su desarrollo personal y el de sus hijos.

El tema de la ciudadanía y su relación con la equidad de género es importante, porque constituye uno de los pilares donde se afirma la democracia. ¿De qué democracia podemos hablar, si “casa adentro” la mujer no tiene igualdad de oportunidades y su actividad no está suficientemente valorada por el mundo masculino? Si bien algo ha avanzado es urgente establecer estrategias para que la “inclusión” de las mujeres se dé en forma progresiva.

Según la Constitución todos, sin excepción, somos ciudadanos. No existen ciudadanos de primera ni ciudadanos de segunda, Peor diferencias en relación con los sexos. Esta afirmación lo hacemos con la convicción que es necesario reivindicar a la mujer como un ser humano que merece respeto, consideración y amor. Y porque quien dignifica a la mujer dignifica a la humanidad.

La mujer desde tiempos inmemoriales ha sido discriminada, subyugada, maltratada y usada como objeto sexual. Esta situación que parecería superada todavía se advierte en diferentes niveles de la sociedad ecuatoriana, en el tercer milenio.

Así, la discriminación en el trabajo todavía subsiste. En muchas empresas, por ejemplo, no se cumple el principio: a igual trabajo, igual remuneración, independientemente del sexo. También la situación de la mujer en la ciudad es diferente en el campo. En ambos casos, su papel está “atravesado” por la cultura, que está generalmente tiene el predominio del denominado “sexo fuerte”.

Sin embargo, en muchas ocasiones las mujeres han demostrado que no son el “sexo débil”. Gracias a su capacidad y decisión las mujeres laboran en diferentes ambientes y escenarios, antes exclusivamente reservados a los hombres. Y esta actitud ha sido saludable para la sociedad, aunque, en ocasiones, la formación de los hijos y, en general la familia se ha afectado de acuerdo con algunas investigaciones.

La mujer ha sido discriminada en el trabajo, y en otros ámbitos como en la política, la educación, la ciencia y en otros campos. La lucha de las mujeres dio sus frutos. Ahora las mujeres tienen garantías, derechos y deberes igual que los hombres. Se mantiene, empero, la violencia intra familiar y todo tipo de maltrato: psicológico o emocional, físico y sexual. Las oficinas de protección de las mujeres y los juzgados para tratar estos casos, no han mitigado las causas de este problema.

La participación ciudadana de las mujeres crece año tras año, y no solo cuando se presenta una elección. Ahora las mujeres hacen opinión pública favorable, generan proyectos alternativos y en casos ejercen funciones públicas y privadas relevantes.

Este nuevo papel de la mujer debe avanzar en la línea, no de competencia con el varón, sino como complemento de aquél. En este sentido, la incorporación en el currículo de la educación básica, de mensajes que privilegien la equidad entre de género es muy positivo. La agenda de la sociedad, en relación a la igualdad jurídica y de oportunidades para mujeres y hombres, por lo tanto, debe superar las declaraciones e, incluso, las leyes que quedan muchas de ellas en el papel.

Es urgente articular una visión compartida y comprometida de hombres y mujeres para cambiar las estructuras de injusticia.

Por una sociedad inclusiva

fsegovia@interactive.net.ec

El modelo de desarrollo vigente –todos lo sabemos- ha generado una democracia formal que ha legitimado la injusticia, la corrupción y la inequidad, por desventura alimentado por líderes funcionales a ese sistema.

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Por Fausto Segovia Baus

El Foro Social de las Américas terminó en días pasados. Más de diez mil personas intervinieron en diferentes talleres, reuniones, exposiciones, debates y manifestaciones que concitaron el interés de la opinión pública nacional e internacional. Las características de este mega evento fueron la masividad, la diversidad y la representación de numerosos países, así como personajes, académicos y corrientes de pensamiento social que permitieron la participación de varios grupos etáreos: niños, jóvenes, mujeres y adultos, en un espacio legítimo de diálogo y concertación de la sociedad civil internacional, bajo el lema: “una América diferente es posible”.

La denominada “utopía social” se puso de manifiesto en conversatorios y coloquios, donde predominaron posiciones convergentes, especialmente dirigidas hacia un “no” rotundo al Tratado de Libre Comercio, y a todo convenio que, según los proponentes, “atente al modelo de desarrollo alternativo generado desde los pueblos”.

Se escucharon, por ejemplo, voces ultristas que recordaban los fogosos discursos de las décadas de los sesenta y setenta; las posiciones revolucionarias que desembocaron en aventuras románticas; posturas antiglobalizadoras, radicales de ecologistas –anteayer marxistas de buena laya-; aportes de la izquierda moderada y el centrismo, desde la social democracia y la democracia cristiana, hasta las indígenas y grupos antisistema, que luchan por la “devolución de sus tierras” usurpadas por España y hoy por las transnacionales, con todas sus gamas, colores y enfoques.

Desde el punto de vista antropológico el Foro fue un éxito de los organizadores; desde el punto de vista de la comunicación el Foro dejó, asimismo, enseñanzas, porque dio visibilidad a actores sociales y procesos en marcha; pero, desde el punto de vista de los acuerdos, muchos consideraron que “otro foro sí sería posible”, para concordar y discordar tesis y propuestas viables. Porque el “no” per se no construye nada.

El modelo de desarrollo vigente –todos lo sabemos- ha generado una democracia formal que ha legitimado la injusticia, la corrupción y la inequidad, por desventura alimentado por líderes funcionales a ese sistema. La verdadera democracia implica una sociedad inclusiva, es decir, en la que todos y todas, sin excepción, deberíamos acceder a iguales oportunidades, a la satisfacción de las necesidades básicas y a la calidad de vida.

Los candidatos que ya aparecen en la palestra deberían recoger las tesis inclusivas –por estrategia- y ponerlas en práctica; de lo contrario, la democracia no solo no sería posible, sino que con foros o sin ellos regresaríamos a la barbarie.