7 de julio de 2007

La resistencia activa

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Una de las características fundamentales de la sociedad moderna es la violencia, que se manifiesta desde las formas más prosaicas a las más sofisticadas.
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Por Fausto Segovia Baus

El clima de violencia e inseguridad crecen en las ciudades y campos. Las pruebas están en la cotidianidad, es decir, en todos los momentos de la vida, en las denominadas estructuras injustas y en los imaginarios individuales y colectivos.

La cultura de la violencia forma parte del paisaje natural donde se tejen las relaciones sociales y los juegos de las fuerzas económicas y políticas, matizados por disimuladas metáforas que encubren las desigualdades, sin contar, desde luego, con las atrocidades de una trama de inconductas como el secuestro, el narcotráfico, el terrorismo, la inseguridad humana y la madre de todos, la pobreza, unidas a algunas actitudes tan sutiles como la discriminación, el racismo y el maltrato intrafamiliar.

Síntomas de la destructividad

Los alegatos racionales para defender la ley o el modelo de democracia que vivimos no subsisten a los actos o medidas de hecho que paralizan carreteras, escuelas u hospitales. Entonces, el síntoma de la destructividad aparece como capítulo efectista de una acción ilegal, que se ampara en la desprotección del Estado para justificar una lucha contra el “otro“, diferente o extraño. Y así, paso a paso, se carcome la institucionalidad, que lejos de buscar la purificación de la sociedad, la limita.

No es posible simplificar el problema de la violencia en un concepto, porque es multivariado y complejo, y porque atraviesa todas las ciencias sociales por sus implicaciones individuales y colectivas, históricas y psicológicas, objetivas y subjetivas. Y porque explicita los nexos insondables de sus agentes y víctimas, de sus obsesiones e ideales, así como las estructuras de dominación y subordinación.

La violencia nace como técnica del poder o del antipoder. En el primer caso, como acción legítima para defender el sistema; en el segundo como estrategia que tiende a modificar el contrato implícito que regula las relaciones entre los dueños del poder y los ciudadanos, los gobernantes y la población, las elites y las masas. Como producto de esta dialéctica, en el curso de las luchas y conquistas polarizadas por la democracia y la ciudadanía, se desarrollan las técnicas de represión y otras formas de tiranía.

Fuerzas antagónicas

Como fenómeno histórico la violencia está presente y se halla escondida en los diversos sectores de la vida social, política, económica, cultural e, inclusive, ecológica. Así, en nombre del progreso se ejerce violencia contra la naturaleza, con la cual se alteran el régimen de las aguas, la dirección de los vientos, el ciclo de las estaciones y las desertificaciones.

En el ámbito nacional se observa el deterioro paulatino de los valores humanos, de las instituciones democráticas y la entronización de la lucha sinfín entre fuerzas antagónicas que reproducen las contradicciones. Como resultado, el juego de intereses se torna útil para garantizar, en beneficio de unos, la subsistencia de la “fábrica de la sociedad“.

La resistencia activa, según algunos, podría ser la respuesta emancipadora al problema de la violencia. Es decir, enfrentar con las "armas" de la honradez, la impudicia e impunidad de la trasgresión emanada por los beneficiarios de las injusticias. ¿Una no violencia emancipadora sería el camino?

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