20 de agosto de 2007

La crisis religiosa

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En este caso no deseo referirme a estadísticas, sino a tendencias que se perciben en los diferentes escenarios humanos y sociales.

Por Fausto Segovia Baus

Una de las tendencias –producto de varios factores, que analizaré más adelante- es la denominada crisis religiosa, que antaño se refería a la falta o disminución de vocaciones religiosas. Hoy el tema es más complejo, más global, más profundo. Me refiero a la secularización del mundo que, para bien o para mal, es una gigantesca ola –en los términos utilizados por Alvin Toffler- que para unos es la liberación de las conciencias, y para otros el comienzo de una era de decadencia moral.

Un hecho es incontrovertible: la modernidad -entendida como un sistema de pensamiento centrado el mercado y en el confort- ha llegado a su apogeo. El ser humano descubrió tardíamente que el progreso no es ilimitado. El calentamiento global es apenas una amenaza, entre otras, que impide que la sociedad humana –y no solo un país, región o continente- sea sustentable en un futuro cercano.

Otra amenaza es la pobreza, caldo de cultivo de la exclusión social, económica y política a la que han estado sometidos muchos pueblos. La deuda externa, contratada a espalda de los ciudadanos y reconocida como espacio inequívoco de la corrupción, es también otro reducto de la injusticia global.

La crisis religiosa es el telón de fondo de todas las crisis mundiales, y más grave aún porque se ha instalado en el corazón de los seres humanos. Nietzche dijo en alguna ocasión que “Dios ha muerto”, y Baudillard –recién fallecido- dio algunos indicios de lo que él denominó la “muerte del sujeto”, ante el saqueo inmisericorde de la persona humana en manos de la revolución tecnológica, el hedonismo y el consumismo sinfín.

La secularización mencionada arriba es hija de la modernidad, considerada como la madre y maestra del capitalismo salvaje, cuyo superhéroe es la industrialización, que va ya por varias generaciones, y que ha convertido a todos los seres humanos, sin excepción, en clientes. Las creencias, en este contexto, no han sido la excepción, gracias al descomunal avance de las comunicaciones –especialmente la comunicación y la Internet- que han diseñado nuevos “nichos”, nuevos dioses –el poder, el dinero y el placer-, nuevos “credos” y nuevos profetas.

La nueva religión de la modernidad es entonces el consumo, y su ícono principal el supermercado. Este unipolarismo de la política y la economía, sin embargo, no ha logrado resolver los problemas humanos. Y el “nuevo hombre” sigue siendo una utopía, mientras la pobreza moral y económica se expande por todo el planeta.

La crisis religiosa tiene raíces profundas, y es igual o mayor que la crisis de todos los Estados en su conjunto. ¿Qué opina usted al respecto?

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