22 de julio de 2007

Elogio de la cordura

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Erasmo de Rotterdam, humanista insigne, escritor y erudito holandés (1468-1536), que en la Educación de un Príncipe expuso los deberes de un jefe de Estado, en su obra más conocida El Elogio de la Locura recreó una historia singular, con intencionada sátira, profundidad de idea y amenidad de concepto. Una reflexión para cambiar el Ecuador.

Por Fausto Segovia Baus

La razón es muy simple: “El número de locos es infinito” y ni siquiera se salvan los dioses. La Locura es hija de Pluto, único padre de los dioses y los hombres, que le hizo nacer de la más hermosa y graciosa de las ninfas, la Juventud. Le criaron a sus pechos la Embriaguez y la Ignorancia, y son sus compañeras Filaucia (amor de sí mismo), la Lisonja, el Olvido, la Pereza, la Voluptuosidad, la Ligereza, la Molicie, Como (dios de los festines) y el Sueño Letárgico.

En el discurso de la Locura, Erasmo prueba la tesis que todos estamos dementes en este mundo y que la Locura se encuentra en todas partes. Incluso el matrimonio, que es hijo de la Ligereza, tiene algo de Locura, y por supuesto la política, que tiene mucho de sabiduría, de amor propio, de placer –la salsa de la Locura- y naturalmente de gula.

Erasmo distingue dos tipos de Locura: “Una vomitada por los infiernos... para encender en el corazón de los mortales el ardor de la guerra, la sed insaciable del oro, de vergonzosos y criminales amores... y la otra, que emana positivamente, que es muy distinta de la primera y es el mayor bien que se puede anhelar. Ella se produce cada vez que una dulce ilusión liberta el alma de los cuidados ardientes y la sumerge en un océano de delicias...” La segunda sería entonces la más cuerda de todas las locuras.

La vigencia de la Locura de Erasmo de Rotterdam es manifiesta, pese a que fue escrita hace más de cuatro siglos. Las palabras de Erasmo parecen recuperar sentido, cuando la ironía se acerca más a la realidad que a la ficción literaria.

El poder del Príncipe, ese poder solitario, dotado de solemnes veleidades, yace débil en el trono viajero y gobierna a sus súbditos bajo la égida de una razón de Estado, aunque haya perdido el rumbo por la conspiración, por la deuda eterna que succiona el presupuesto, por el 60% de pobres descritos en el informe del BID, por los gritos de los jubilados y otros gentiles que no entienden de macroeconomía, la baja de la inflación y la mejora de las exportaciones. En tanto los tribunos y los intocables deudores del fisco, insaciables por el oro, luchan indecorosamente después de un ataque de gula.

Hagamos entonces un paréntesis, una tregua con la bendición de las virtudes teologales para escribir, al unísono, un nuevo tratado, un gran best-seller, sin ápice de cinismo: El elogio de la cordura.

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